miércoles, 1 de febrero de 2012

Mis Recuerdos Maravillosos - Casa de Tía Chole

Son las 2:40 de la madrugada del 20 de Agosto del 2011 y he tenido a bien leer el Blog de los Becerra hace ya más de 2 horas y desde entonces, no he podido “pegar el ojo” pues me he encontrado con el relato de la Casa de Tía Chole …. un relato muy bien escrito y al más puro estilo del Primo Rubén ... Ojalá y algún día se te quite la flojerita y nos deleite con más escritos como ese.

Pensé en escribir en el blog, pero parece ser que olvidé la contraseña y he tomado la decisión de escribir algunas ideas al estilo de una carta, como cuando mi Prima Gaby escribía a mi Mamí con una caligrafía perfectamente estilizada que me deleitaba la pupila cuando tenía oportunidad de leerla… creo que bien puede ser este recuerdo, motivo para realizar otro relato de esta índole… sigo….

Me transporto a los años 70’s, a la Casa de Tía Chole en una Colonia –de las más antiguas de la Ciudad - , donde encontrabamos automóviles muy antiguos, esos que todavía eran como muy redondeados y regordetes, tal vez Chevrolet’s ó Ford’s, creo que mi apá todavía contaba con la “Antonieta”… una camioneta Buik modelo 1956 que jalaba como el demonio y que nos dio tantísimas alegrías, le voy a preguntar a Elías de ello y pienso que también puede ser este motivo de otro relato… sigo

La casa, se encontraba en una esquina medio desolada y cercana a la Cárcelo de Lecumberri pero más cercana al Gran Canal, ese desagüe pestilente que saca la podredumbre del centro de la cuidad y que aún en nuestros días, se puede ver desde Río Consulado que se encuentra a cielo abierto, razón por la cuál y desde entonces, se alcanzan a degustar los olores de toda una cuidad.

Estoy entrando a la casa de la Tía Chole,  cierro los ojos y bien puedo retroceder en el tiempo para volver a vivir momentos maravillosos que vivimos en aquél lugar, tanto buenos como malos momentos que en la balanza de la vida, hoy día, me parece que fueron maravillosos. La entrada de una puerta de metal color rojo, viejo y descarapelado al igual que las paredes de la fachada que raramente se encontraban bien pintadas,  un poco de rojo óxido en la parte de abajo y color cremita el resto de la fachada… no sé, pero le preguntaré a Mamá  si es correcta mi apreciación… sigo

Al ingresar a la casa, se sentía el frescor de una casa antigua, una especie de “Casa Extendida” pues se tenían varios departamentos en la planta baja donde las familias que ahí habitaban, gozaban del cariño y la protección de una Tía que entregó su vida al servicio y al amor a sus semejantes, considerando de manera preponderante a su familia, creo que por sobre todas las cosas, prueba de ello es que aún la recordamos con harto cariño y mucho más respeto.

Los mosaicos del piso, en el patio principal, eran uno de color rojo y el otro blanco, intercalados uno con otro de tal forma que ese patio central (que de pequeño me parecía muy grande y cuando crecí me parecía un pequeño pasillo) tuviera el primer signo de alegría y nos diera la bienvenida a un mundo diferente, un tanto enigmático y en ocasiones hasta lúgubre, pues hacia el interior de los cuartos de los inquilinos, se dejaban asomar ojos entre penumbras de los que no podía distinguir su número, pero se veía que eran muchas las personas que ahí habitaban y que a nuestra llegada, guardaban silencio y observaban vigilantes nuestros movimientos ... muchos años después entendí el porqué y posiblemente escriba de ello en otro momento ... sigo

Entrando al patio, dabas la vuelta a la izquierda y encontrabas la escalera, de barandal de cemento rojo, frío pero muy lisito que te permitía deslizar la mano con una sensación de frescura desde el primer escalón hasta el último, que por cierto, tenían una huella muy pequeña (el ancho del escalón) y bastante alto el, lo que dificultaba un poco subir en un solo esfuerzo todo el recorrido. Al llegar al final de ella y a mano derecha, un par de escaloncitos y una puerta de madera muy vieja, que daba a un “cuartito” al que nunca entré, pero que supongo, utilizaba el Tío Panchito como dormitorio, más a la derecha, el pasillo de acceso a la azotea donde se encontraban los lavaderos y los tinacos en donde la pasamos muy bien pues formaba parte del “circuito” en el que nos movíamos para jugar y molestar a la “gente grande” que se encontraba en otro extremo de la casa.


Regreso al final de la escalera y viro a la izquierda donde me encuentro una macetas sumamente peculiares, blancas con destellos de luz que no recuerdo bien si se trataba de “espejitos” o bien de colores brillantes que reflejaban distintos tonos que limitaban llevar la vista un poco más allá para ver las pequeñas arcadas que daban a la calle principal, además de que estaban en alto pues contaban con pedestales del mismo material de la maceta –me parece recordar- , tenían plantas de helechos que de repente dificultaban un poco el ingreso a la casa que iniciaba con un par de escaloncitos para encontrar una puerta con herrería de color rojo brillante que nos daba la bienvenida.

La sala, el ingreso a la casa con piso de maderas de duela que al paso de las personas mostraban su edad pues rechinaban y hacían ruiditos extraños. Sillones verdes cubiertos de plástico que siempre al sentarse, se te pegaban las piernas, ha! Seguramente traía "chorcitos" pues me quedó profundamente grabado ese recuerdo. En las paredes, el título de la Profesora Soledad Becerra y el retrato inmaculado de Paulo VI, del que según recuerdo, fue visitado por la Tía en un esfuerzo inusitado para viajar al Baticano… preguntaré a mi Mami como fue aquello del viaje …. Sigo

El comedor, se me hacía grande y de madera pesada pues costaba trabajo mover las sillas para hacerte paso y dirigirse al pasillo lúgubre  en cuya primer puerta de la izquierda, se encontraba la cocina pequeña y con una estufita en la que la Tía seguramente realizaba suculentos guisos que nunca probé. Un poco más adelante y del lado derecho, el baño con una tina que siempre me pareció estar sucia, óxido, color y olor que denotaba la falta de aseo cuidadoso, creo que toda la casa siempre fue medio sucia pues la Tía Chole, me parece que nació viejita.

Al fondo del pasillo, la recámara que no ubico perfectamente la posición de los muebles ni como eran, si había más de una cama, ropero, tocador y buró, se trataba del dormitorio de la Tía y yo,  por lo regular me dirigía a la izquierda donde se encontraba una pequeña puertecilla que condución justamente a la azotea donde se encontraban los lavaderos, pero antes de salir por esa puerta se encontraba una pequeña escalerilla que te conducía a un cuarto más arriba, este cuarto esta repleto de ventanas por todos lados, muchísima luz entraba por todos lados y quedabas un tanto deslumbrado consecuencia de la diferencia en iluminación que se tenía en la parte de abajo, se me antojaba ese cuarto como un puesto de observación astronómico o bien. Como para ver el amanecer después de una buena velada con unas ricas “chelas”, éramos unos niños y aún no estaba en nuestros planes beber de dicho manjar, aunque sí estaba en nuestras preferencias (al menos en las mías) el sabroso licor que la Tía ofrecía a los adultos y que alguna vez probé a hurtadillas (creo que era vino de consagrar) o el eventualmente Rompope (el de la monjita) ... son las 3:21 y  sin sueño... Sigo

Al bajar de las escaleras del cuarto del tercer nivel y abrir la puerta, podíamos cerrar el circuito (que utilizábamos para jugar a “a que no me alcanzas”) para pasar por los lavaderos y tinacos, pasar frente a la puerta de madera desvencijada, bajar los escaloncitos, encontrarse con los helechos, subir dos escaloncitos más, la puerta de herrería con cristalitos, los sillones verdes, el comedor (difícil de mover), pasillo lúgubre, olorcito medio raro del baño para derivar nuevamente en la puertecita de la escalerita hasta el momento que por alguna razón que no recuerdo, regresaba al sillón verde recubierto de plástico al que se pegaban mis piernas… pues como nooooo!, si había estado brinque y brinque y juegue y juegue de un lado para otro!.


Finalmente y una vez terminada la visita, bajar por las escaleras… se antojaba, bajar de Bombero!!! Pero noooo! Al final de la escalera, el pasamanos tenía un pequeño borde que de haber bajado el estilo Bombero, hubiera dañado las joyas de la familia además de que tenía la suficiente inclinación como para romperte la maceta si tratabas de bajar por el pasamanos... recuerdo que así podíamos bajar en la escalera de la casa de Abuelita María …. seguramente escribiré de ella en otra ocasión pues tengo maravillosos recurdos de ella también.

Ahora, intentaré conciliar el sueño y espero poder conseguirlo, pues ya desperté a mi mamá quien se espantó pues pensó que algo me dolía o bien, que andaba medio “jirito”.

Gracias a la Vida por darme la oportunidad de poder atesorar con el tiempo y poder compartir, mis recuerdos maravillosos.

Hasta pronto  !
Abdel.

3 comentarios:

  1. No sabia que la tia Chole habia visitado al Batipapa en el Baticano, que interesante!!
    te encanta!!

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  2. Muy padre relato, ojala sigas escribiendo y aproveches detalles de mi tia Miner que te pueda confiar. En el muro de tu face deberías poner la liga de este relato. Ruben

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  3. Primo,ojala y otra noche de desvelo te den ganas de escribir todas esas historias de las que te acuerdas, para mi que no lo vivi es muy agradable imaginarme todos los detalles de los relatos de los Primos "grandes". Saludos.

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